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Gonna Fly Now

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Un televisor grande

Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas…todos los que hayamos vivido los 90 a tope, en la plenitud de la vida, ahora mismo tendrá en mente la misma imagen, ¿me equivoco? ...seguro que no, y esa era mi intención. Todos tendrán Lust for Life taladrando sus neuronas mientras vemos correr como alma que persigue el diablo a un jovencísimo y pelado Ewan McGregor escapando de la policía, mientras su voz en off nos describe el sinsentido de la vida moderna, lo vacío, lo desesperado, desarraigado, alienado que se siente uno ante esa idea de la felicidad que nos parecen imponer. Generalmente ocurre durante la adolescencia y los primeros años de vida adulta (después aprendemos a bajar el volumen de esa condenada conciencia, dirán otros), ante la vida monótona, constreñida, estándar que aparentemente tenemos destinada la mayoría de nosotros.


La propia reiteración del verbo elegir en ese discurso de entrada le quita importancia al hecho de descubrir quién es uno en este mundo, dónde está su sitio, dónde encontrará la felicidad, lo vuelve todo intranscendente, insípido, nos sitúa en una especie de pasillo de supermercado eligiendo qué marca de yogures nos sienta mejor.


Al final, Renton, el personaje que interpreta McGregor, que se pasa realmente huyendo física y metafóricamente de la vida todo el rato, harto de vagar por la senda de la autodestrucción, sin meta y hasta las cejas de caballo, decide renacer, por así decirlo, intentando tomar finalmente las riendas, entrando en la rueda de esa vida que parecía insípida, pero que depende de las cartas que te toquen, las que consigas por el viaje y, por supuesto y más importante, de cómo las uses…aunque por el camino traiciona a sus colegas a los que roba con nocturnidad y alevosía…y, por cierto, lo bien que nos parece.


Pues eso, tengan en cuenta esa carrera despendolada de Renton por Edimburgo porque va a tener una extraña simetría inversa con la que voy a pasar a relatar a continuación.

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Run Nick Run

Pongámonos rápido en situación, estamos en Miami Beach, Florida. Sobran las presentaciones ya que conocemos el lugar por haberlo visto mil veces en la TV, el cine, o in situ, los más afortunados. Pues bien, día de verano caluroso, Apolo descargando todo su poder sobre la arena blanca y la mar turquesa, cegando a los presentes. De repente, se introduce en esta escena paradisiaca, entre las palmeras, un tipo corriendo fuera de sí por la playa vestido con traje y zapatos; no podía estar más desubicado. Avanza como un poseso a la velocidad del rayo, aunque, en este caso, no lo persigue nadie.


Este hombre conoce a un tipo que conoce a otro tipo…dicho así parece algo, pero es menos melodramático de lo que parece. En verdad, un amigo suyo que tiene un trabajo en ventas está intentando ayudarle, ya que nuestro corredor es un recién licenciado con muy pocos ingresos. A su vez, ha convencido a su jefe de que su amigo encajaría perfectamente en la empresa. Nuestro hombre finalmente accede a pasar unos días en Florida durante sus vacaciones de verano en casa de su amigo y probar suerte en ese sector. No pierde nada, aunque duda, su verdadera obsesión y pasión es otra, pero le genera magros beneficios, por lo que piensa que nunca se deben cerrar puertas.


La entrevista de trabajo tendría lugar en un restaurante, pero en el último momento, la cita cambia de lugar, teniendo lugar en casa de su amigo…hay un problema, está ya fuera y no tiene las llaves del apartamento…y su amigo se ha ido a correr por la playa con las únicas disponibles. Va en su busca y, cuando finalmente consigue localizarlo, está corriendo a una distancia sideral delate de él.


Ni corto ni perezoso se lanza en un sprint endemoniado detrás de él, con la gente girando a su paso para verlo bien: la cara desencajada, el sudor cual rio en primavera, la corbata al aire, la chaqueta al vuelo, la arena salpicando a su alrededor; no se puede pensar en algo más opuesto a la solemne y sublime carrera por la playa al comienzo de Carros de Fuego. Como está en buena forma consigue recortar la distancia y, finalmente, alcanzar a su amigo y las llaves, llegando a realizar la entrevista…eso, sí, hecho un eccehomo: sudando sin parar, sin aliento, con el traje y los zapatos llenos de arena…pero tengan esto en cuenta, con todo en contra, sabiendo que todo iba a ser un desastre, no cejó en su empeño.


Por supuesto el resultado final fue el esperado teniendo en cuenta dichas circunstancias: no consiguió el puesto. Este joven hombre de aspecto lamentable, deplorable, lastimoso no era otro que un veinteañero Nick Sirianni, el futuro head coach de Philadelphia Eagles, campeón de la Super Bowl LIX el pasado febrero contra Kansas City Chiefs. Para él, ésta fue una prueba más de que no tenía que desviarse un ápice de su plan original, que no es otra que vivir de su pasión, vivir del football, llegar a ser un día profesional en la NFL.


Lo que ocurre es que el Sirianni de 2004, licenciado hacía un año en Educación, y desde entonces entrenador de DBs en su alma mater, Mount Union, en Ohio, de la División III de la NCAA, (sí, ya sé, no estamos hablando de la cúspide del college football, son comienzos humildes), con un sueldo anual que apenas llega a 8K dólares (que difícilmente darán para gasolina, comida y no hablemos del alquiler) es comprensible que no le pudiera parecer a alguien candidato serio con la mínima oportunidad de conseguir tamaño y alto reto.


Mientras iba subiendo en la escalera de la profesión, una constante que nos encontramos es que, mucha gente, si no dudaba directamente de él, se encogía de hombros al oír su nombre, siempre en segundo plano, prácticamente un desconocido. Es justo y necesario cambiar, en la medida de lo posible, semejante injusticia.

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New York State Of Mind

Una de las cosas que más me llamó la atención al empezar a documentarme sobre Nick Sirianni es lo equivocado que estaba respecto a su origen. En mi cabeza tenía dos datos: que era de New York y tenía ascendencia italiana, con el consiguiente cúmulo de ideas preconcebidas. Le ponía en un entorno urbano, bien en Manhattan, o en el Bronx o Brooklyn…ya saben, influencia de Coppola, Scorsese, Woody Allen y tantos otros.


En definitiva, infinidad de películas que reflejan la vida de la ciudad que nunca duerme se me pasaban por la mente: la pintoresca calle con los típicos edificios de ladrillos de tonos rojizos, pastel, con la escalera metálica de incendios dibujando ese zig-zag tan reconocible, como si el Zorro se empeñara en dejar su firma cual cantero medieval, gente sentada en los escalones de piedra que dan acceso a esos adosados tan pintorescos, el lechero con su chaqueta y gorra blancos, un taxi inconfundible entre el barullo, el policía haciendo la ronda, niños jugando por todas las partes, la barbería con el poste cilíndrico tricolor, el café con una mesilla redonda y un par de sillas fuera, donde te puedes tomar un expresso, dejando el mundo girar mientras ves la gente pasar…y de fondo, el skyline más espectacular de la ciudad más famosa del mundo…sus rascacielos, sus calles, sus parques, sus puentes, sus teatros, sus museos, su música (oh, qué música!), su gente…lo reconozco, mi mente había ejercido de batidora con  buena parte de lo que conocemos, y soñamos, de la ciudad de los 5 distritos.


Antes de que estuviéramos casados, mi novia entonces y mujer hoy, vivíamos en ciudades diferentes. El fin de semana uno iba a visitar al otro, por lo que mentalmente habíamos construido la idea de que una ciudad era la extensión de la otra, formando realmente sólo una. Pues me imagino que a muchos les pasara lo mismo con New York, hemos paseado por sus calles en todas las décadas del siglo XX y XXI, conocemos sus lugares emblemáticos y sus recovecos como si fuera nuestro barrio.


De esta manera, la Gran Manzana también forma parte de mi ciudad, lo mental se entrelaza con lo físico, hasta hacerlo inextricable. Un gorila gigante en el Empire State, unos niños judíos metiéndose en líos con el puente de Manhattan (que no el de Brooklyn) de fondo, Capuletos y Montescos modernos bailando por sus calles, todo el mundo hablándole a un cowboy en medio de la ciudad, un mohicano cabreado al volante de uno de sus taxis, Travolta caminando como sólo él puede hacerlo, Audrey Hepburn desayunando, una pareja, un banco y el puente de Queensboro, unos tipos locos cazando fantasmas, unos amigos en un café con un sofá naranja, la Estatua de La Libertad dejando que el rio fluya… o apareciendo entre la bruma, faro de tantas cosas, mientras un barco cargado de esperanza lleva dentro al niño de las ofertas irrechazables…todos somos de allí, y los que están allí son de todos lados.


Recuerda, si vas a ir para allá, sé tú mismo, no importa lo que digan, enfréntate a tus enemigos, pero evítalos siempre que puedas, un caballero camina, pero nunca corre, pero lo más importante, como decía, sé tú mismo y no te importa lo que digan, de noche una vela puede ser más brillante que el Sol. Vas a empezar de nuevo, quieres despertar en esa ciudad que nunca duerme y descubrir que eres el rey de la colina, que estás en lo más alto, que eres el número uno, el primero de la lista…si puedes lograrlo allí, puedes lograrlo dónde sea, depende de ti…New York, New York.

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Imagen generada por chatgpt

Jamestown, NY

Pero no, estaba completamente equivocado. Sirianni nació en el estado de New York, pero en Western NY, pero western de verdad, muy lejos de la Gran Manzana, en un pueblo que no llega a los 30k habitantes llamado Jamestown, muy cercano a la frontera con Pennsylvania y Ohio. Buffalo, Pittsburgh y Cleveland están mucho más cerca que la Ciudad que Nunca Duerme, a menos de 3 horas en coche.


Se encuentra a la vera del lago Chautauqua, un destino vacacional regional que en verano debe de ser un remanso de paz, todo un pequeño paraíso recoleto y acuático que tiene todas las diversiones propias de un sitio como ese, hasta incluso un barco de vapor con una rueda de paletas trasera, para sentirse como si estuvieras bajando el Mississippi con Mark Twain. En mi cabeza lo relaciono, aunque no sea el mismo lugar, con ese centro vacacional de Dirty Dancing, que, dicho sea de paso, el lago tiene una importancia metafórica capital, donde la pareja protagonista se eleva en medio de un paraje hermoso.


Aunque no hay que olvidar lo principal, que el árbol no nos impida ver el bosque, que, por cierto, Jamestown tiene muchos a su alrededor, de donde nació, creció y declinó una industria maderera y de producción mobiliaria que era la columna vertebral de la comunidad. Como decía, estamos a la vera de los Grandes Lagos y de Buffalo, en el conocido y helado Snowbelt. Todo lo condiciona, incluido el carácter de la gente, hay que trabajar duro, ser perseverantes…pero también tienen el respiro y la calidez del verano, que suaviza y hace fluir las cosas. Por cierto, incluso el lago se congela en invierno dejando una estampa majestuosa. Anda que no tiene que ser curioso toparse con el Chautauqua Belle, el barco que les comentaba, sobresaliendo entre el hielo y la nieve, como si se tratara del HMS Terror varado en el Ártico.


Por cierto, el Terror participó en la Guerra de 1812 entre Reino Unido y las jóvenes colonias ya independizadas y unidas, y entre otras, en la Batalla de Baltimore, suceso del que saldría el Star-Spangled Banner, el famoso himno americano que homenajea a la bandera, cuyas barras y estrellas a la vista del sol de la mañana sobre el fuerte McHenry, tras el resplandor rojo de los cohetes y las bombas estallando en el aire nocturno, daban prueba de que aún  seguían allí, de que habían soportado la tormenta de fuego británica.


Les voy a pedir que dejen los rascacielos por este pueblo rodeado de bosques y agua, con calles tranquilas perimetradas por árboles y casas unifamiliares con su porche y jardín al frente. No se lo he dicho, porque quiero que sea una sorpresa, pero, sin que se dieran cuenta, hemos viajado a un otoño de mediados de los 90.


Nos encontramos paseando plácidamente por sus calles arboladas, el suelo se está llenando con las típicas hojas caídas de este tiempo, el pavimento, en algunas calles, lo forman adoquines rojizos, del mismo color que las casas en Manhattan, la mezcla de colores cobrizos, ocres y pardos nos deja una estampa bucólica. Finalmente, nos encontramos una vivienda con un arco de entrada muy característico, tiene una inscripción con el lema de la familia que la habita: Fe, Familia, Football. Recuérdenlo bien, nos va a acompañar en adelante en nuestra singladura. Por cierto, este es el hogar de los Sirianni, ya hemos llegado, pasen….

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Familia

Cada uno somos producto de lo que somos per se, lo que llevamos de serie vaya, más lo que nos rodea, obvio es. No hace falta a estas alturas recordar la célebre máxima de Ortega y Gasset de que uno es él mismo y sus circunstancias. Otra cosa sería establecer las proporciones de tan famosa receta. Evidente es que eso que llamamos el yo, desde el mismo momento de nuestra concepción, está moldeado por fuerzas externas a la propia futura persona…aunque bueno, otros argumentarán cierta clase de determinismo, basado en un plan preconcebido. En fin, sea ese yo parte de las circunstancias, las circunstancia estar previstas para ese particular yo, haya reglas que especifiquen la relación de pesos entre ambas, o simplemente sea un porcentaje indeterminado debido al ignoto y caótico azar cósmico, todos entendemos que el producto final, nuestra propia persona, está completamente influenciado por lo que nos rodea.


Nick Sirianni cumple a rajatabla la famosa sentencia orteguiana, por lo que es obligatorio empezar esta historia por el principio. Como dirían los abuelos, vestirse por los pies, como Dios manda.


Como había comentado anteriormente, Nick proviene de una familia con ascendencia italiana. Su abuelo Frank, era un americano de segunda generación, es decir, nacido ya en suelo americano. Sus padres emigraron desde Calabria, ya saben, la punta de la bota que acaricia Sicilia. Fue veterano de la WWII y a su vuelta regentó una tienda de ropa de mujer en un pueblecito, Kane, Pennsylvania, que hoy apenas supera los 3k habitantes. Fíjense qué tiempos tan distintos a los actuales, que vestía a sus hijas con su propia ropa como principal herramienta de marketing. La vida era tranquila, tanto que a Fran, su hijo, y padre de Nick, su principal referente y modelo a imitar como veremos, siempre le recordó su pueblo natal a Bedford Falls, la idílica y ficticia población de ¡Qué bello es vivir!  Por cierto, rodada por Frank Capra, siciliano de nacimiento, que parecía amar este tipo de ambiente: hogareño, con espíritu de comunidad y rodeado de naturaleza, como puede ser Kane o Jamestown.


Los abuelos de Nick proporcionaron una educación a Fran, que estudio en la Universidad de Clarion, Pennsylvania, licenciándose en Educación, especializado en Ciencias. Allí conoció a su futura mujer, Amy, que estudiaba lo mismo. Al contrario que su padre, Fran amaba el deporte, en college fue un destacado DB, además de miembro destacado del equipo de atletismo, formando parte, finalmente, del HOF se la institución.


El pilar fundamental de los Sirianni, y sí, sé que es un cliché viniendo de italoamericanos, pero sí, es la famiglia. Fran, al acabar sus estudios le preguntó a su padre si quería que él continuara con el negocio familiar, a pesar de no apetecerle en absoluto la idea. Frank, más moderno de lo que hasta ahora puedo haber sugerido, veía declinar los pequeños establecimientos como el suyo por la llegada de los grandes centros comerciales. Le dijo a su hijo que esa vida no tenía futuro y que era preferible que siguiera su propio camino.


En primera instancia, Fran probó suerte con su pasión, el football. Jugó en Florida, en los Orlando Panthers, de una de las ligas menores profesionales americanas. Tras una lesión en la rodilla, Fran regresó a casa a pasar unos días, quería visitar a Amy, y a su abuela, que vivía en Jamestown. Su abuela apareció con el periódico local donde, casi sin querer, había leído un anuncio donde se buscaba profesor para la escuela del pueblo. Dicho y hecho, el lunes Fran hizo la entrevista, consiguió el puesto y dejó su equipo.


Pasando de Orlando a Jamestown, un difícil y azaroso camino en el football profesional por la seguridad de la enseñanza en middle school junto a su mujer, maestra en kindergarten, comenzó a desenrollarse un destino familiar digno de ser contado.


Aparte de la su labor como maestro, Fran, aprovechando su bagaje, fue entrenador durante más de 4 décadas de football y atletismo, tanto en el colegio como en high school, el Southwestern Central, los Trojans (qué nombre más adecuado para una familia de emigrantes italianos, Eneas estaría orgulloso). Subrayen esto, de verdad, esas dos naturalezas juntas (muy clásicas, por cierto, el mens sana in corpore sano de Juvenal, que antes la había formulado de otra manera Tales de Mileto), van a ser la clave de todo. En ambas era riguroso, estricto, su fama le precedía; Nick, alguna que otra vez se volvió corriendo a casa desde el emparrillado después de un desastroso entrenamiento. Amy, recuerden también su profesión, es el perfecto contrapeso de Fran, equilibrando el carácter de sus hijos.

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Pero lo cortés no quita lo valiente, Fran permanecía siempre atento, preocupado por cada uno de sus alumnos o jugadores, siempre con el ánimo de formar personas íntegras. Buscaba la conexión, la construcción de relaciones sinceras y duraderas con los chavales, para poderlos ayudar en lo posible. En el pueblo, la figura de Fran es casi mitológica, todo el mundo le conoce, y lo que es más difícil, él se acuerda de sus antiguos discípulos, de ellos y sus circunstancias.


Amy y Fran tuvieron tres hijos, Mike, Jay y Nick. Y aquí, empieza el destino a ser caprichoso, todos cortados por el mismo patrón, salidos del mismo molde… y a la vez con ciertos matices. Los tres profesores, es más, sus esposas también, es decir, 8 profesores en la familia, y los tres enfermos por el deporte, todos pasaron por las manos de su padre en sus diferentes equipos.


Los tres, por cierto, jugadores por lo menos hasta college, en Mount Union, como veremos, pero los tres fervientemente Trojans de corazón, estén donde estén. Durante una década la familia viajará cada sábado en peregrinación a Ohio pare ver sucesivamente jugar a cada retoño. Finalmente, los tres, como su padre, entrenadores exitosos de football, todos con títulos, cada uno en su categoría, Jay de football y atletismo en Southwestern Central, Mike en college, en División III, con Washington & Jefferson en Pennsylvania, y bueno, Nick, ya saben ustedes. Fran dirá que cada hijo está donde debe estar, que cada personalidad los llevó al sitio adecuado.


Qué no se me olvide, con el ingreso tras la Super Bowl del hijo pequeño, los 4 forman parte de HOF del condado, hecho que, aunque parezca pequeño, es un honor mayúsculo para una familia tan enraizada en su comunidad. Recuerda de dónde vienes…los tres hijos te dirán que llevan tatuada en el corazón también esta máxima.


¿Y por qué les cuento todo este rollo? Ya les digo, porque es la clave maestra del carácter y personalidad de Nick, él creció aprendiendo de sus padres, y después de sus hermanos era crucial presentar el pueblo y a la familia. Nick permanece aún hoy vinculado a su familia y comunidad, lo que ha visto en casa y en el pueblo, es lo que es él hoy en día. Por ejemplo, no se perderá por nada del mundo el ingreso de su padre en el HOF a pesar de que por motivos profesionales era imposible, irá a ver a sus hermanos en partidos importantes, incluso ayudado por sus superiores, es más, su padre le radiará juagada a jugada, por el móvil, los partidos de los viernes de su hermano Jay desde las gradas…y verá a su padre batallar y vencer al cáncer varias veces, sin rechistar, con la cabeza alta, con dignidad. De tal palo, tal astilla.

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Fe

La vida de Nick Sirianni, como punta de lanza de su propia familia está llena, digámoslo así, de casualidades, o de señales, y de encrucijadas. Todos tenemos las nuestras, lo que es cierto es que cada puerta que se cierra hace que nos fijemos en otras, que se abren, y cada una de éstas, nos enseña más puertas, más encrucijadas. La familia Sirianni al completo tiene también una característica común, que es la fe enorme que profesan. Podría ser otro cliché, pero es que es la realidad, esta familia italoamericana es profundamente católica, y aunque yo no lo haya puesto primero (por un motivo claro según mi opinión, creo que una es consecuencia de la otra)  ya que recordarán que, en su lema, la fe va antes que la familia.


Todo, desde la decisión de Frank, la lesión de Fran, la abuela y el anuncio en el periódico, y todo lo subsiguiente que vendrá no fueron fruto de la casualidad. Por ejemplo, Amy, habla de unión de puntos, y que dicha unión nada tiene que ver con la coincidencia. Sólo hay que oír alguna que otra declaración pública de Nick Sirianni para comprobarlo. Pero para este artículo, voy a usar un concepto de fe más general desde mi punto de vista, ya me entenderán.


Volvamos a la casa de los Sirianni. Los tres hermanos, con sus amigos, no dejaron en toda su infancia y juventud de jugar a todas las variedades imaginables de football, baseball y basket en el jardín de sus casas o en la calle. Nick, como hermano menor, que tiene que luchar por su sitio, sea en el partido de turno, o en el coche en los innumerables viajes familiares, creció con un espíritu competitivo superlativo. No le gustaba perder ni a piedra, papel o tijera. Esa fuerza y esa pasión hacía que anduviera magullado todo el tiempo, su cuerpo estaba lleno de las muescas de sus batallas contra señales, farolas, bordillos, vallas u oponentes.


De esa competitividad también nació un espíritu de superación, que hizo que la atención al detalle, y el trabajo duro y constante, fueran puliendo, moldeando los fundamentos de cada movimiento. Nick Sirianni fue receptor tanto en el instituto como en college. Una estampa típica durante el verano, previa a la temporada, era la de Sirianni corriendo rutas sin parar, cuando conseguía QB, con balón, si no, él solo…aunque siempre el lanzador acababa cansándose, por lo que lo normal era verle solo con sus rutas, mientras la sombra del Sol de verano se hacía más y más alargada y el canto de las cigarras daba paso al de los grillos…Sísifo llevando la roca a la cima de la montaña, una y otra vez. A Dios rogando, pero con el mazo dando.


Un momento importante de la familia fue cuando su hermano mayor Mike llego a la universidad. En una feria cercana, donde diversas instituciones de la zona vendían sus programas a los futuros alumnos, sucedió esa alineación de astros, esa unión de puntos, con Amy como protagonista. De repente, se fijó en uno de los puestos, Mount Union, era una universidad cristiana, pero resultó que además tenía un programa deportivo, sobre todo en football, como ya verán, sobresaliente en su categoría. Mike, por aquella época, no tenían en mente seguir jugando en college, pero su padre le decía que era una manera rápida de estrechar lazos, amistades, que nunca se sabe a dónde le permitirían llegar. Amy insistió con Mount Union, tuvo una corazonada, y Mike se decidió por esa universidad, y por seguir jugando, también de receptor…este suceso volvió a mover las ruedas del destino familiar, los tres hermanos acabarían estudiando y jugando allí, a las órdenes de Larry Kehres, otra figura capital para Nick, como veremos.

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Como les decía, el futuro head coach de los Eagles, acabó en Ohio siendo un Purple Raider. Resulta que el programa de Mount Union era, dentro de la División III de la NCAA, todo un transatlántico, con varios títulos nacionales a sus espaldas bajo la dirección del citado Kehres.


La llegada al equipo era un caos. Todo el mundo, viendo el éxito del programa, probaba suerte. Les puedo decir que podría haber cerca de 250 chavales, sí, han oído bien, al comienzo del año. Más de la mitad, unos 150 eran freshmen, de primer año, y el resto, era más o menos, el roster del equipo. Uno al llegar no conocía a nadie, y nadie le conocía, y era muy difícil que sucediera, con tanta cantidad de gente, era un hormiguero frenético.


Para poder entrenar dividían al equipo en esos dos grupos, que entrenaban unos de mañana, otros de tarde… los freshmen tenían que probar su valía, tenía que haber un corte muy grande. La dureza de los entrenamientos y la personalidad y calidad de cada uno iba reduciendo el grupo, sólo lo más preparados y convencidos conseguían quedarse. Imagínense el depth chart de semejante roster, podías ser el receptor 15, no era fácil destacar.


Nick Sirianni se empleó a fondo, ya saben cómo era, fue escalando posiciones hasta poder optar a un puesto de titular. Y cuando lo consiguió sucedió la desgracia. En un entrenamiento, el día después del 9/11, Sirianni corría una de sus rutas preferidas, una ruta in, pero le metió un poco de picante al asunto, en mitad de la ruta, con un concepto stick, como forzando después una ruta post, para volverse y acabar la dig…justo en el último corte notó que el tobillo se le había ido…ahí empezaría un calvario que marcaría su carrera en el football, y también su experiencia vital.


Lo que empezó siendo unos ligamentos dañados, con su recuperación y vuelta a los entrenamientos se complicó. Nick apenas sentía la parte baja de la pierna por lo que fue llevado de inmediato al hospital. Esta vez la situación era peor, se trataba del síndrome compartimental, que parece producirse (perdónenme los entendidos) cuando una hinchazón obstaculiza el flujo normal de sangre y oxígeno, haciendo que la sangre se acumule hasta niveles peligrosos cerca de la zona lesionada. Sirianni comentó que es como si le hubieran aplicado una bomba de aire directamente a la pierna. Al abrirle para liberar la sangre, el músculo se rompió debido a la primera lesión…tuvo que estar ingresado semanas con la herida abierta, desarrollando finalmente una infección por estafilococos, empezando a ponerse el asunto muy complicado.


Le dijeron que podía perder la pierna, y que, si seguía empeorando, podía incluso llegar a correr peligro su vida. Pueden imaginar a esta familia alrededor de su hijo, y al propio Nick, pero ellos dicen que nunca perdieron la fe en su recuperación. Los médicos, una vez que comenzó a mejorar, y logró conservar la pierna, le dijeron que no jugaría más ya que seguramente no podría correr de nuevo.


Nick los oía, pero en su mente no escuchó nada, él volvería a jugar. Dos semanas después del reposo en casa, tras el alta hospitalaria, volvió a Mount Union. Por supuesto, iba con muletas y allí tenía que cambiarse él mismo el vendaje tres veces cada día…todo por no perder el contacto con sus compañeros y amigos.


Después de esto siguieron meses de lucha personal, continua, titánica de rehabilitación. Sus padres recuerdan ese tiempo, viéndole correr y esprintar, una y otra vez, la cuesta al lado de casa…Sísifo de nuevo…el destino de Sirianni era correr, correr y no parar, hasta conseguir volver a un emparrillado. Corre Nick, corre.


Volvió finalmente a jugar en septiembre de 2002, un año después de la lesión, que tiempo más tarde asociarían sus compañeros a la de Alex Smith en Washington. Volvió a lo grande, durante la offseason volvió a escalar la larga escalera del depth chart de su posición hasta lograr un puesto de titular. En el primer partido superó las 100 yardas y ese año los Purple Raiders ganaron, con Sirianni de titular, su tercer anillo consecutivo.


Las lágrimas inconsolables de sus padres y hermanos aquel día era por fin de felicidad. La fe y la valentía demostradas en tal duro trance forjaron la personalidad futura de Nick. Mike, que ya era head coach en college, durante todo ese tiempo llevó el número 25 de su hermano bordado en su gorra en cada entrenamiento y partido…este gesto lo tomará prestado el propio Nick en el futuro cada vez que uno de sus jugadores pasara por situaciones semejantes, pocos habrá tan capacitados como él para trabajar la recuperación de sus hombres.

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Football

Hay una metáfora muy manida que describe perfectamente el progreso humano. Es aquella que dice que estamos a hombros de gigantes. En el caso de Sirianni, podríamos acotarla a que está a hombros de su familia. El ser el menor de los 4 entrenadores le permitió desde bien pequeño profundizar en todas las facetas del football. Observar a su padre primero, y a sus hermanos después fue la primera escuela para él. Pudo ver cómo se maneja un roster, cómo tratar a tu staff y jugadores, aparte de la estrategia y la táctica. En las categorías de las que estamos hablando uno se tiene que adaptar a los jugadores que tiene y, por ejemplo, Sirianni recuerda a cómo su hermano Jay cambió su ofensiva pro style, a una spread, para acabar con una fundamentada en la Wing-T en años sucesivos.


No hay que olvidar la faceta de profesor que todos ellos tienen y el trato que dispensaban derivado de esto. Creció en una casa donde su padre invitaba semanalmente a su plantilla a comer, donde los reunía para ver las bowls de año nuevo, etc. Se trataba de hacer grupo, conocerlos bien, saber qué les pasa y cómo ayudarlos, dentro y fuera del campo. Si a esto le añadimos, el particular carácter meticuloso, esforzado y atento al detalle de Nick, más o menos podemos tener la receta que le hizo acabar siendo un head coach de éxito.


Una vez que acaba la universidad, se le ofreció la oportunidad de quedarse como asistente graduado, como DBs coach en Mount Union, aspecto muy interesante ya no es poca cosa conocer los entresijos de la posición que le cubría como jugador. Durante todos esos años aprendió de Larry Kehres. Sorprendente es el hecho de que este entrenador, a pesar de entrenar en Division III, forma parte, ojo al dato, del HOF del college footbal. En sus 26 años como HC, tiene el mejor porcentaje de victorias (.929), el mayor número de anillos (11), títulos de conferencia (23) y temporadas imbatido (21) de la historia del college, sí, en general. Se merece un artículo en profundidad.


Una anécdota de estos años tuvo lugar durante la entrevista que tuvo para el puesto en Mount Union. Kehres le preguntó por el sistema que implantaría en el equipo, Nick, queriendo demostrar todo lo que sabía, y olvidándose un poco de lo que había mamado, le empezó a hablar de tal concepto y de tal otro, de esta protección y de esta defensa…a lo que Larry de manera tajante le bajo a la tierra diciéndo que qué tonterías le estaba contando si no conocía ni siquiera a los jugadores.

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Un hecho capital mientras era WR con los Purple Raiders fue que, en una preseason, durante el verano, reconoció en su gimnasio, a las afueras de Jamestown, a un entrenador de la NFL, concretamente a Todd Haley, WR coach de los Bears de entonces, y que pasaba sus vacaciones cerca del lago. Haciéndose el encontradizo (Haley se ríe al recordarlo) entabló conversación con él y con el paso de los años, y las repetidas vacaciones de Todd en la misma zona, surgió una amistad basada en el football, clave para el futuro de Sirianni.


Posteriormente, después de la lesión y de la carrera de Nick por la playa, Sirianni siguió escalando la larga escalera de la profesión. Se le presentó la oportunidad de trabajar como WR coach en una universidad Division II, la IUP, en la Indiana University de Pennsylvania, cuyo equipo entrenaba Lou Tepper, que previamente había sido HC de Illinois, en la Big Ten. La entrevista que pasó para el puesto asombró tanto a Tepper como al cuerpo técnico en general. Se mostro humilde, pero con unos conocimientos muy sólidos, enérgico, directo, e inteligente, con varios esquemas y opciones…iba aplicando las enseñanzas familiares y las de Kehres, ganándose el puesto por goleada…particularmente su aplicación de los bloqueos de los receptores para el juego de carrera fue la guinda del pastel.


Aparte de su faceta de entrenador hay que destacar que ejerció también como recruiter. Y recuerden, IUP es una universidad de Pennsylvania, siendo su zona de reclutamiento el sureste de Philly, sí, a la vera de las alas de los Eagles. El chico de pueblo se estaba curtiendo a la sombra de los rascacielos de la ciudad del amor fraternal. Aparte de sufrir el tráfico de una gran metrópoli, conoció de la idiosincrasia del lugar, además de los jugadores y equipos de la zona. Y no lo hacía mal, era capaz de convencer a los chavales para que se enrolaran en una universidad como la suya, por encima de otras con más pedigrí.


Como WR coach sobresalió por sacar mayor rendimiento del esperado de sus jugadores, tanto de los titulares, como de los suplentes. Destacó su enfoque pedagógico, didáctico, a medida de cada jugador, sabía ganárselos, mostrarles una visión, unas metas a alcanzar, dejaba pistas del futuro líder que podía ser. Y mientras tanto, no se le cayeron los anillos trabajando incluso de babysitter con los hijos de algún técnico más consagrado del equipo, ya que el sueldo no era para tirar cohetes. Eso sí, su sueño seguía siendo llegar a la NFL, y esa energía, ese impulso, lo transmitía a jugadores y compañeros. Unos cuantos intuyeron un futuro más brillante para el joven Sirianni, y de repente, su oportunidad apareció.

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¿Se acuerdan de Todd Haley, aquel WR coach de los Bears?, pues bien, en 2009 consiguió el puesto de HC de los Kansas City Chiefs, sí, otro guiño, éste doble, del destino. Sirianni supo que era su momento, el gran salto al mundo profesional. Se preparó a conciencia la entrevista, no quería dejar ningún cabo sin atar, aunque fuera para el puesto de control de calidad ofensivo, el becario del equipo, por así decirlo (sus colegas se burlaron un poco de él incluso). Pero era un hueco en un equipo de la NFL y le iba a entrevistar un viejo amigo, cuya amistad se labró él de la nada… ¿casualidad?, Amy diría que no, yo tampoco, aunque mi aproximación es diferente…a Dios rogando, como decía…pero por Dios, con el mazo dando.


Y aquí acaba nuestro viaje hoy, no sé si seguirá en el futuro, siguiendo a Nick por la escalera, esta vez de la NFL, hasta el Lombardi Trophy. Se queda en el tintero la importante relación con Frank Reich, otra figura crucial en la vida de nuestro protagonista, su capacidad de supervivencia (Andy Reid ha sido el único en despedirlo, aunque venía con su propia staff), etc. Pero esa es otra historia, ésta finaliza aquí, la de la de superación, crecimiento y viaje vital finaliza con Sirianni tocando a las puertas de la NFL.


En mi mente, lo imagino siempre corriendo, subiendo la cuesta, la escalera de la vida, superando obstáculos, como cuando celebró la jugada que él mismo cantó que acabó en el TD de DeVonta Smith, esa dagger en el corazón de los Chiefs en la Super Bowl, que acabó con nuestro HC esprintando loco de alegría por las sidelines, gritando, saltando, perdiendo casi las notas, la visera, sus auriculares…como Renton por Edimburgo, como él mismo por Miami Beach, como cuando corría superando su terrible lesión en Jamestown…y sí, que es HC de Philly, y me he estado conteniendo hasta ahora, como Rocky Balboa, el potro italiano, esprintando a la altura del puerto, descubriendo que era más grande de lo que nadie imaginaba, que tenía fuerzas y energías escondidas que ni él mismo sabía que existían, camino del Philadelphia Museum of Art, superándose a sí mismo,  pegándole una paliza a su viejo yo, ascendiendo a los cielos al son de Gonna Fly Now, esforzándose aún más si cabe, justo ahora, aunque sea más duro si cabe, pero está por fin preparado, siente el aire contra su cara, algo desde muy dentro le impulsa, un fuego desconocido, los pies ligeros, los miedos han quedado atrás, nadie puede con él, no piensa en nada más, sólo en la meta que tiene delante, levanta las rodillas incluso, Dios, todo queda atrás, se come literalmente las escaleras, nadie le puede seguir, ni su sombra, se hace más y más fuerte,  va a despegar, va a volar alto, volar muy alto ahora….fly Nick fly.

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